martes, 24 de mayo de 2011

Me Pregunto

          Abrir los ojos nunca me fue tan difícil como esa vez. Es que me encontraba ensimismado en una pregunta que me colocaba en un estado de desasosiego total. ¿Por qué sonrío tanto? Me preguntaba una y otra vez, notando que últimamente poseía una felicidad aparecida de la nada.

Sin dudarlo mucho, emprendí una ruta por mí ser, para con ello escudriñar y saber cuál era la causa de tal conducta. Como recientemente estaba sintiendo extraños cosquilleos en el estómago, me animé a ir allá en primer lugar. No me costó mucho llegar, pero si entrar, la boca estaba un poco cerrada, pero tras varios intentos y forzando un poco, lo logré. Al entrar sentí un fuerte viento que soplaba en varias direcciones que casi me hace caer en varias ocasiones, la visibilidad era casi nula, caminé por un buen rato, hasta que entonces, fue cuando se disipó un poco la tempestad y pude divisar la causa de tal revuelta; mis ojos quedaron atónitos al ver la belleza que había frente a ellos. Se trataba de una centena de mariposas de muchos colores brillantes y de grandes alas, todas revoloteaban felices como si aplaudieran por algo que les causaba mucha alegría. Cuando cesaron un poco más, les hice mi pregunta, a lo que todas repitieron al mismo tiempo y con fuerte voz: “corazón”, la respuesta no me sorprendió mucho, pues ya sospechaba que por ahí venía la cosa, di la vuelta y partí al corazón con la firme esperanza que él me daría la repuesta indicada.

El camino estuvo lleno de sismos consecuentes, eso sí me asustó, pues mientras más me acercaba, más fuerte era la vibración del entorno. Por el camino, pude observar a varios órganos agitados por el estruendo que causaban tales temblores, pero eso más bien ocasionaba que trabajaran con mejor ánimo y buena forma, algo aún más extraño para mi entender. Por fin cuando llegué, me di cuenta del porqué del estruendo. El órgano se veía muy acelerado, más de lo normal diría yo, esperé a que se calmara, pero fue en vano, entonces le propiné la pregunta. Mi corazón con un leve gesto de burla me contestó: “yo siento y transmito lo que en tu mente hay”, de tal forma que no me quedó de otra más que subir a mi mente, a mis pensamientos, a la fábrica de ideas donde radicaba la respuesta de mi pregunta.

A pesar de lo empinado y difícil que fue el trayecto hasta ella, no descansé ni di mi brazo a torcer por lograr descifrar mi interrogante. En mi ruta percibí que todo el paisaje comenzaba a cambiar, los colores se hacían cada vez más claros e intensos, daba la impresión que un arco iris pasó por allí y había dejado una estela de luces y acuarelas resplandecientes, eso me conmocionaba aún más y me animaba a llegar lo antes posible. Música de instrumentos como el piano y violines se escuchaba zumbando muy ligero en mis oídos al acercarme sigilosamente. Finalmente llegué a la puerta, era bastante grande y de madera, daba la impresión de que había algo muy valioso detrás de ella. La empujé lo suficiente para entrar y pasé. Quedé boca abierta, mirando a todos lados muy lentamente y con los ojos muy abiertos, paralizado por un largo rato divisé la deslumbrante perspectiva que me ofrecían aquél ambiente.

Era como haber llegado a un paraíso donde todo era perfecto, sol radiante que acariciaba la piel, árboles con frutos tan dulces como la miel que saludaban felizmente con sus ramas, animales que te hablaban con sólo sonreír, aire puro y fresco como filtrado por la gentileza de una montaña. Al empezar a caminar nuevamente fui dándole respuesta a mi pregunta, pues era evidente que algo muy bonito estaba pasando. Seguí andando anonadado con tal preciosura, hasta que me frenó una fuente de agua muy enorme, tan grande que casi no alcanzaba a ver su origen. Fue en ese entonces que presencié el umbral de todo lo antes descrito. En la aguas se deslumbraban imágenes de lo que parecía ser una linda chica cuyo rostro era de envidiar, una sonrisa pura y tierna, un cabello largo y liso como de seda, labios colorados y carnosos como pulpa de fresa, ojos grandes y brillosos como la luna que inspiraban una paz increíble. Mudo no me atreví a propinar ni una sola pregunta, era claro que el culpable de mi felicidad, de mi agite, de mi alegría, de mis sonrisas, era el Amor.

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