sábado, 4 de junio de 2011

Besos Café


                Eran poco menos de las 5:00 pm cuando recibí una nota sobre mi escritorio que decía: —hola, necesito verte, estoy mal, nos vemos en la cafetería al salir de la oficina, Atte. Azucena—. Por un momento quedé mudo tratando de descifrar qué era lo que tenía mi amiga y compañera de trabajo.

Seguí mis labores sin dejar de pensar en ello, ella quedaba a unos tres cubículos de distancia del mío, en unos algunos instantes quise ir de una vez a preguntarle pero me contuve y pensé que era mejor como ella lo había propuesto.

La verdad no la conocía mucho, no habían sido muchas las oportunidades en que tuvimos un buen acercamiento, pero si lo suficiente como para hablar abiertamente. En reuniones laborales o uno que otro encuentro ocasional en la cafetería del edificio donde trabajábamos, allí platicábamos sobre el trabajo y una que otra cosa personal de cada quien.

Ella no tenía mucho tiempo en la empresa, pero desde que llegó pude ver que era una chica linda, muy callada, reservada, de cabello liso color madera, de piel blanca y lozana, a veces torpe en el manejo de la computadora, pero cuando hablaba en la intimidad daba más de sí.

Se hicieron las 6:00 pm y fue cuando la vi levantarse su escritorio, pasó por un lado sin saludar o levantar la mirada siquiera. Por mi parte me tuve que quedar unos minutos más para organizar un informe que debía entregar al día siguiente.

Al fin cuando llegué, ella estaba sentada sola en una mesa al final de la cafetería, viendo la tenue lluvia que mojaba la ventana a su lado. Poseía la mirada larga y en la mano izquierda apretaba fuertemente una servilleta ya casi desmoronada por la humedad. Miré alrededor y no había muchas personas, así que me acerqué y senté muy lentamente. Se me trabó un poco el habla, pero aún así le pregunté:
— ¿Estás bien?
—No —me respondió ella—
—A ver, cuéntame ¿qué te pasa? —Le volví a preguntar— a lo que ella me miró a los ojos y dijo que sentía un enorme vacío en el corazón por un amor.
— ¿En el corazón? ¿Cómo pueden herirte el corazón si hasta hace poco me dijiste que estabas disfrutando de tu soltería? —Le respondí—
— No, no entiendes —refutó ella—
—Entonces explícame cómo es eso porque no entiendo nada —contesté—.

Ella llenó sus pulmones con un enorme suspiro para empezar a contarme, en ese momento interrumpió desde la barra el señor Juan, preguntando si no íbamos a tomar o comer algo. Sólo yo volteé y le pedí dos cafés normales. Cuando volví mi mirada a ella nuevamente estaba perdida en la imagen que ofrecía la ventana medio empañada a nuestro lado.
—Amiga, cuéntame —le dije—. Ella en un par de minutos se incorporó y empezó:
—Es que siento algo estúpido, es algo tonto, un sentimiento que no puedo describir bien porque nunca se ha materializado —dijo ella—
—Sigue —le respondí—
—Hace rato siento que lo amo, no te lo había dicho porque no me es claro el sentimiento, sé que él no me corresponderá —me decía ella sin dejar de mirar mis dedos—
— ¿Pero qué te hace pensar eso? —le pregunté—
— Es que él de seguro no me quiere como yo a él, de seguro pensará que estoy fuera de lugar al creer que yo quiero algo con él—me seguía contado ella—
—Pero, ¿quién es él? —Pregunté— en ese momento llegó Juan a traer las tazas de café, ella calló por esos instantes y agradeció la atención del señor.

Ya sin preguntas decidí esperar a que ella misma me contara sin ninguna presión. Después del primer sorbo de café noté que se calmó un poco para que por fin terminara de contarme lo que le pasaba. Me dijo: —Mira, la persona que yo anhelo, es una persona muy especial, es sincero, directo, cordial, caballeroso, trabajador, atento, servicial, simpático, muy detallista, romántico, en fin, es el hombre ideal para mí. El problema es que él está casado, tiene un hijo y por tanto ya ha formado un hogar; un hogar que yo quisiera formar con él, pero no se puede—.

Asombrado por su confesión quedé callado esperando a que me siguiera contando, o que tal vez me dijera quién era ese fulano con tantos atributos a su gusto y que la tenían en semejante polémica. — ¿Tú qué crees? —Me preguntó— de pronto me puse en su lugar y me analicé a mí mismo. Siendo yo casado me atreví a darle mi consejo, diciéndole que se apartara, que eso nunca iba a resultar, que con lo poco que me había descrito de la situación, a ella no le convenía meterse en una relación de ese tipo; después de eso fue ella quien quedó callada.

Lo siento amiga, pero es la verdad, nadie más que un amigo te dirá la verdad —le dije—. Terminé mi café y le tomé de las manos, en ese instante ella se sintió con más ánimo y me dijo:
— Además de todo lo anterior él es mi amigo, sé que me quiere, pero no como yo quiero, igualmente lo amaré en silencio—.

Eso último me fue contraproducente a la idea que tenía del fulano. Ella notó mi cara de confundido, entonces muy despacio se acercó a mi oído y me dijo: — Él, eres tú—. Al tratar de incorporarse me dio un beso en la mejilla que yo rápidamente le respondí con uno igual, pude sentir de ese delicado beso un cariño que aún guardo en mi corazón, lo guardo como una joya muy apreciada y como un tierno recuerdo de una persona que me declaró su amor con un beso sabor a café.

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