miércoles, 18 de enero de 2012

Cada quien con su intención



Esa tarde de enero estuve de visita donde mi tío, casualmente veo a Valiente, su perro, un mastín amarrado afuera de su enorme casa la cual no posee ningún tipo de cerca exterior, noté su enorme presencia por el hecho de que ladra cada vez que me ve entrar.

El animal allí solo, no tenía muchas oportunidades de salir a pasear, pues mi tío es una persona muy ocupada, pero nunca le hace falta comida por montón y ganas de salir a dar una vuelta.

Las ganas estaban intensas ese día. Sin saber el porqué de su conducta no le presté mucha atención. No pasa ni media hora cuando divisé por la ventana que tenía una visita.

Se trataba de una perra de algún vecino, parece que el anfitrión la había esperado todo el día porque no paraba de brincar y revolotear en el recortado espacio que le permitía la cadena.

Por su parte, la perra también parecía muy contenta. Como es de costumbre «según lo que sé de perros» a penas hacen contacto se empiezan a oler las colas; la de la perra era bastante corta por cierto. Este acto desató una conducta aún más exaltada en el perro, pues este pareció oler que la perra estaba dispuesta al acto sexual.

Al cabo de dos minutos, terminado el protocolo de reconocimiento me di cuenta que la perra tenía otras intenciones, Valiente por su parte fue muy directo y empezó a buscar la manera de montarla.

Resultó que la perra fue solo a tratar de comerle la comida que él tenía ahí. Me pareció un acto muy chistoso el que ella fuera una y otra vez a seducirlo para robar su comida y se retiraba lo suficiente para que el perro no lograra montarla. Se la hizo hasta satisfacer su hambre y el pobre Valiente no la pudo montar ni una sola vez.

Tal vez suene algo machista o algo así pero es increíblemente estúpido ver cómo es que este tipo de historias se repiten una y otra vez en el mundo animal, sobre todo en la especie Humana.

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